domingo, 5 de abril de 2015

Siderales

Cuando era chico mi mamá trabajaba en un taller. Tenía que coser todo el día. Perdió la buena vista así.

Cuando era chico y ella volvía del taller me traía un chocman. Lo hacía casi todos los días. Era gran parte de la felicidad.

Cuando era chico mi mamá trabajaba en una fábrica. Cuando fui grande también.

Cuando era chico mi mamá me abrazaba. Cuando fui grande ya no.

Cuando era chico y era hora de dormir mi mamá siempre se iba al comedor. Yo me quedaba en la pieza, despierto. No la veía pero sabía que ella estaba mirando por la ventana y hacia el jardín, hacia la noche. Eso escuchaba.

Cuando era chico yo sospechaba terriblemente que, cuando mi mamá hacía eso, cuando en las noches se ponía a mirar por la ventana hacia la oscuridad exterior, lo que en verdad estaba haciendo era volver a su esencia, a su verdadera forma física.

Cuando era chico pensaba que la verdadera forma física de mi mamá era la de un extraterrestre muy peludo que tenía el cuerpo entero cubierto de un vello rojo y largo. Y que miraba por la ventana.

Cuando era chico pensaba que mi mamá hacía esto todas las noches o casi todas las noches para comunicarse con sus similares allá, en algún punto lejano de la galaxia.

Cuando era chico la imagen que tenía de mi mamá estaba tremendamente influenciada por algún personaje de uno de los monitos que veía en la tele.

Cuando era chico esperaba con la respiración a ratos contenida a que mi mamá volviera a la pieza para ver si se había transformado o no pero siempre queriendo que no, que no se hubiese transformado o, en el peor de los casos, que se hubiese transformado y que ya hubiese vuelto a su forma humana.

Todas las noches en que esto pasaba yo esperaba minutos que se me hacían eternos, minutos cuya longitud yo no alcanzaba a comprender. Estaba, en el fondo, convencido de que mi mamá sí era un extraterrestre.

Cuando era chico y mi mamá miraba silenciosa por la ventana me daba mucho miedo.


Cuando yo era chico mi mamá me abrazaba. Después ya no.

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