sábado, 24 de diciembre de 2011

miércoles, 5 de octubre de 2011

Martín


La cantidad de veces al día en que te miro y me cuesta creer que existes (porque eres demasiado hermoso para mi).


sábado, 9 de julio de 2011

Reporte oficial del frente central.


Hemos perdido la ciudad. Capital de metales oníricos, no hemos podido defenderla de los larguísimos lagartos que nadaban en las corrientes del viento. Sus ruinas son nuestras en la distancia del lamento. Sus humos son nuestros en el corte de las gargantas. Y una vez más, allí donde las eras danzaban temiendo el vértigo de los abismos celestes. Hemos sangrado nuestro oro sobre el crepitar de los cristos.

La hemos perdido y sus escamas se ríen de nosotros. Nos empuja el ladrillo nublado más allá de las márgenes del río. El lodo nos abraza ahora con sus ojos de serpiente. Vergüenza, amargura y derrota, es cierto. Pero ciertos son también los soles que se deslizan en la mirada. Ya no puedes matarme. Cargo el fuego de las almenaras de ultratumba. Y un recuerdo que nos recuerda las mañanas. Cabalgata de luz sobre las cadenas del misionero. Y distancia terrible entre las hojas y sus sables.



Nos reagruparemos frente al rumor de la llegada del comandante argelino. Dicen que carga un verano en la mitad del invierno y que escribe sus armas sin pestes extranjeras. Volveremos por tí, remolino de noches y tormentas.


- Santiago De la Vanguardia, Capitán de las lluvias del Este -

martes, 5 de abril de 2011

Praderas irlandesas (o sobre la felicidad)


El verano no se quiere ir y se aferra con sus calores en la panza del otoño. Un día martes en la gran ciudad. Me sentí estúpido ayer por no tener las respuestas del existencialismo y creerle a Sartre. Salgo al jardín de la casa pero la casa más parece una gran habitación adosada a otras casas que a su vez parecen otras grandes habitaciones. El jardín son unos metros cuadrados de baldosas generosamente frías y una franja de tierra en sus límites donde ya pocas plantas reinan con gracia. Libros ocurrieron en sus vestidos en los años de la Arcadia pero hoy no tenemos más alimentos para darles. Y sin embargo lo visito. Me invita, me obliga Martín con sus argumentos de dos años y dos meses. Me sienta en sus palacios de divinidades etéreas y dándome a beber de sus risas y juegos infantiles me trae los recuerdos de una tarde de ayer, hace dos días o veinte años. Ya en el suelo me arremango los pantalones y me recuesto sobre las baldosas que son más amables que en el recuerdo. Martín se lanza sobre mí, ríe, juega, no calla, observa, carga a las naciones, brinda por los eventos y baila los cantos de los temperamentos agradecidos. Luego, viéndome en la calma arcadiana del suelo del jardín me imita y se acuesta a mi lado, mirando ambos al cielo de Abril.
Son doce segundos y todo es felicidad. Porque hay ropa tendida y varios cables que intentan herir las alturas celestes pero yo no noto esto hasta mucho después. Ahora, todo lo que veo son las colinas inversas de un cielo donde amanece en la hora de la tarde. Martín está conmigo, su corazón late con la curiosidad de los eones y sus ojos brillan con las sonrisas de las cosas más misteriosas. No estamos en la vieja población cortejada por las balas, mañana no tengo tal prueba de historia (acaso porque Colón nunca quiso encontrar ninguna ruta que no lo llevara a perderse entre las nubes del atlántico) y todas las ausencias están ausentes. El estío celoso no tiene jurisdicción en la sombra baja del jardín y aquí los estertores de la selva me salvan de la ciudad y sus respiros grises. Un viento infante nos acaricia las plantas de los pies. Es sabido que la brisa es el alimento de los hombres que son felices y están en paz. Tal es nuestro caso. Aquí, en nuestro hogar de ensueños sobre estas verdes praderas irlandesas, praderas sembradas de doce segundos que paren resoluciones victoriosas. Un espíritu dorado.
Soy un hombre tremendamente feliz, arropado y descubierto en estos verdores de la paz y la calma. No necesito gritar, porque ya no hay miedo que espantar. No necesito muchas más risas porque nuestra sonrisa establece el universo. Aquí se difuminan los tiempos y el hoy nos medica con sus flujos. Nos reímos abrazados del porvenir y sus barcos. No para ofenderlo sino para darle la más grata de las bienvenidas.

Martín ha vencido a la muerte y yo he vuelto de ella.

domingo, 16 de enero de 2011

Guide us... to the end of time.