viernes, 22 de noviembre de 2013

Polvo

   I

   A veces mi mamá me descubría solo en la pieza, perdido en la ventana, tratando de absorber toda la tarde que entraba. Pero la tarde no entraba, se desparramaba como si estuviese arrancando de algo y como si no tuviese más sitio al que huir que esa ventana en mi pieza, en la mitad del verano. Me preguntaba por todas las cosas del mundo, navegaba todas esas mareas de polvo y sol que constituían reinos aparte, con racimos urbanos que hablaban en murmullos tan sonoros. Había una canción para esos días, una canción que iba, que no venía, que iba al encuentro de los seres y los moldeaba ahí, en la contemplación, en la paz de sentarse en un trono de madera cuando se debía estar actuando. La tarde era más persona que yo.  Sus tentáculos dorados, sagrados, bailaban hacia mi con la lentitud de la certeza. Todo el mundo giraba noventa grados y crecía, desde la ventana, la tarde en árbol y ramas tostadas. Diluido en los vapores de la contemplación, dejaba que el sol me entrara en la piel y la carne y me sentía despertar, saltar de un dormir inexacto a un éxtasis ridículamente lento que me llenaba todo. Como si hicieran conmigo. La dulce anulación del tiempo. Todo es correcto cuando no hay tiempo para que nada sea correcto. Todo es exacto cuando no hay calibres que amarren a la tierra. Y en ese polvo que viajaba por el sol que se colaba en la ventana yo era y dejaba de ser y estaba completo también. Era en cuanto miraba. Todo el mundo miraba. Toda la consciencia desaparecía. Yo no estaba siendo, yo era, como quien dice que fue y será. Eran, quizás, los únicos momentos reales de la existencia. A través de la luz se precipita uno a los abismos que superaron la moral, como quien dibuja una ventana blanca buscando caer hacia sus cimas más hondas.

   Entonces entraba mi mamá y me decía con tanto cariño que quizás ahora yo no lo podría aguantar: "¡Qué está pensando, mi niño!". Los lobos necesitan manadas pero se arrojan al mundo solos. Tal es su estrella.

II

   Soñé con enormes bestias marinas que flotaban sobre la ciudad. Cielos en sepia a intervalos eléctricos, millones de granos de maíz siguiendo las corrientes en las alturas, la precipitación eterna que nunca encuentra caída. El imperio del volumen cuando se vuelca contra tu cama. Ciudades sobre nosotros. Monstruos marinos gigantes del tamaño de ciudades sobre nuestro pueblo. Amarillo.