martes, 19 de febrero de 2008

"Ecce Qui Tollis Peccata Mundi"



La Venganza de muchas Puntas.


En la mañana de los vidrios rotos se elevaron las balas prisioneras que habían permanecido ocultas en el viejo cañón. Mientras cruzaban el humo que reinaba en aquellas islas de la humanidad recordaban los más brillantes momentos de sus vidas instantáneas. Cada una de ellas soñaba con ser la primera en matar a un hombre, con destrozar la cabeza donde se ocultaba la cura de las enfermedades, perforar los pulmones de aquél que miraba las telas rotas del cielo o reventar el corazón de ese que en un día temprano se atrevió a desear y que era esperado por un milagro de largos cabellos. La primera que logró su objetivo lo hizo partiendo en dos un iris de verde generoso, que lloró levemente por el dolor causado y que cerró sus propios ojos en gesto de decepción. Luego el ejército de los gritos hizo su aparición en el último de los días y cargó sin piedad en aquel caos soñado contra cualquier vestigio de los sueños turquesa, y pasó por la espada a las últimas aldeas de jóvenes madres y niños temerosos, quienes murieron en la más alta de las felicidades antiguas.

Nosotros... nosotros atacamos porque tú nos atacaste. Nosotros, nosotros repetimos tu discurso y construimos un peldaño más en la escalera casi infinita de la destrucción, el más deslumbrante monumento a la más exaltada estupidez.


Miradanegra.


En la inmensa fortaleza flotante, el general Miradanegra apoyaba sus manos en uno de los tantos paneles que abundaban en la sala de mando. Nadie podía decir si estaba contento o asustado o si por su mente pasaban dudas que no le permitían emitir palabra alguna. Estaba ahi, en ese lugar, en esa postura, desde hace más de trescientos años. Sin embargo, era el día del cambio. Por eso nadie se asombró cuando el silencioso general tomó en sus manos la delicada flor de las edades y la hizo bailar sobre sus palmas de tierra húmeda. La niña de pétalos vivos y vírgenes danzó como seductora odalisca moviendo sus hojas lujuriosas y tratando de atrapar a cada ser que pudiera verla. Era la gran meretriz de Babilonia, que quemaba con hielo y sanaba con tierra y que se reía en sus estancias internas siempre a través de sus ojos negros.

El general la observaba sin un rostro evidente, sin el más mínimo atisbo de perturbación, cuando repentinamente acercó sus manos y comenzó a estrangular a la gran mujer, y vio cómo ésta se retorcía y gemía de dolor y placer, hasta que comenzó a sangrar con inusitada violencia y cayó muerta a los pies de la iglesia. Entonces Miradanegra gritó a sus oficiales "¡Agnus!" y tomó su pesado revólver. Puso su mano derecha como si fuese a juntarla con la izquierda para rezar, pero en vez de eso con la siniestra tomó el arma y la golpeó contra la palma opuesta, desintegrando así la carga de Atlas.


La Orden del Cordero.


Al tierno animal le amarraron las patas y lo pusieron boca arriba. Sus ojos acuosos respiraban asustados y casi no tenían poder para reflejar su entorno. En su honor fueron dichas mil veinticuatro oraciones y sacrificadas las vidas de tres piedras. Abrieron el techo del mundo y lo lanzaron sin más hacia la tierra de su padre. Cayó como la duda, más rápido que la injuria. Y al tocar con pies de plomo la falsa creación, estalló finalmente en la verdad, la alegría y la destrucción. Y su cuerpo fue el fuego de los dioses que avanzó como la caballería de Oranos con el terror como canto. Construyeron una torre de fulgores despiadados donde sacrificaron a los árboles sacerdotes. Aplastaron la cuna de las noches. Gritaron en el alba de los disparos. "¡Es el Caos quien te llama! ¡Ven y azota tu cabeza contra mis pies! ¡Es hoy el día del banquete! ¡¡Tráeme tu garganta deshecha y te brindaré las más altas plumas del río!". Y nunca como antes se alzó el desorden en la existencia del mundo. Y nunca como antes reinó tal caos en el cadáver del hombre. Y todo fue fuego, sombra y grito.


El Último Orgasmo.


Fue entonces cuando Cronos cesó sus funciones. Los pueblos de la tierra agonizante cantaron en la primera lengua y adoraron a la única deidad que se hizo presente en aquel paisaje, aquella Torre de Fulgores Asesinos que cumplía sus deseos sordos. Y toda la tierra se vistió de primavera para recibir a la paz. Brotaron los manantiales, los rocíos, las estrellas, los bosques ya no vírgenes y las niñas pequeñas. Un coro de ángeles en el oeste. Siete veces siete. Era la hora de la mañana, el último orgasmo antes de la daga. Se mezclaron los cantos del terror con los de la alegría, los jinetes despiadados con los niños soñadores, el caos de la destrucción con el caos de la risa. Rojo y gris, negro y azul, blanco y verde, negro y oscuro. Cabalgó la Muerte envuelta en telas de miradas petrificadas alrededor de la Gran Torre del Fuego, con risas sarcásticas y su estandarte de flores y agujeros negros. Y justo antes del tiempo, el caballero del blanco silencio desenvainó su espada y cortó la existencia. La onda expansiva cubrió a la tierra y quemó todos sus pecados, la desnudó y la echó ahi, al inicio de las eras, donde todas las cosas terminaban y donde todas las cosas podían volver a empezar.


La Paz.








(... un soplo de luz para el que calla ... un suspiro de la nada...)