domingo, 16 de agosto de 2009

Camilo y Martín

A Camilo y a Martín casi nadie los entiende. Camilo ama a Martín. Martín, desde luego, ama también a Camilo. Como tantas otras veces en tantas otras historias, esa acumulación de miedos que creen haber encontrado un refugio y un camino a la salvación, y que lleva por nombre sociedad, los ignora. Y si tuviese certeza de su amor, los miraría con toda la extrañeza que le es posible. Pero Camilo ama a Martín y Martín ama a Camilo y no hay nada, ni en este mundo ni en el siguiente, que pueda cambiar eso. Porque Camilo llegó entre los vagones fríos del invierno, muy de prisa, a una ciudad que no conocía bien. Las curvas doradas de su cabello no se acostumbraron nunca a nuestras soledades. Pero él, como un provinciano valeroso, insistió y fue capaz de encontrar el camino a la gran capital de los cementerios y las nubes. Martín también llegó de una provincia, ubicada en los mares del sur. Su cabello también era rubio pero liso como las paredes de las agujas góticas. Martín tiene los ojos negros como su primer hogar pero tan transparentes que la gente a veces teme mirarlos creyendo que su alma será expuesta. Martín lo observa todo como si tal acción le fuese encomendada por seres estelares de una naturaleza oscura y más allá de toda comprensión. Camilo... Camilo observa a esos seres y aun a otros de esencias aun más extrañas.
Camilo ama a Martín y Martín ama a Camilo. Los separa una distancia tan grande que sería ridículo intentar explicarla y sin embargo se quieren de un modo sobrehumano. Las repisas de antiguas guarniciones romanas suelen preguntarse cómo es que tanto se quieren y cómo, sin que ellos hagan el más mínimo esfuerzo por ocultar su amor, nadie, ni en su familia, lo nota. A veces ellos se preguntan qué pasaría si sus cercanos se enterasen de su amor. Concluyen, por lo general, que éstos tardarían muchísimo tiempo en entender que tal sentimiento se puede dar y mucho tiempo más en aceptarlo, si es que alguna vez llegasen a hacerlo.
La nubes corren negras en la ciudad y sin embargo Camilo ama a Martín. En tiempos lejanos crecieron juntos en planicies casi divinas. Se miraron y comprendieron la cercanía de sus almas. Se abrazaron y entendieron que los caminos de la leche están para ser recorridos con la boca. Se tomaron de la mano y disfrutaron de los proyectos de paraíso que tres religiones aun no creadas planeaban instaurar, cada cual, como el único verdadero y valorable. Se adoraron como deidades griegas recién bañadas por su padre de tormentas. Se amaron y lloraron por los tragos amargos que la viña les servía.
Camilo ama a Martín y Martín ama a Camilo. Yo también los adoro. A Martín mi primo y a Camilo mi también primo. Camilo ama a Martín y Martín a Camilo, pero ya no podrán salir a jugar juntos y descubrir el mundo y los universos que se esconden en el jardín como los hermanos de mirada que debían ser. Camilo se bajó de los trenes calóricos de su madre hace unos meses pero no soportó la luz algo contaminada de esta ciudad algo contaminada y decidió morir luego de algunos segundos que las miríadas persas no podrán entender. Su vida de menos de un minuto repite su eco en mi espíritu tratando de ahuyentar a los demonios terribles que se formaron cuando oí que había muerto nada más nacer. Martín, por otro lado, decidió quedarse y esta noche duerme tranquilo cerca mío. Ya venció a los titanes que agujereaban su corazón de nubes ardientes.
Camilo ama a Martín y Martín ama a Camilo. Camilo cabalgará sobre corceles estelares y sobre praderas crepusculares. A ratos se volverá a sonreirnos. A ratos atravesará las existencias. Martín navegará sobre los mares de la victoria. A ratos se volverá a sonreirnos. A ratos... a ratos danzará con los destellos inextinguibles de Camilo.