domingo, 29 de diciembre de 2013

Rótula

Como el crujir
en la brisa
caliente
que canta
un vértigo de abismo
se devuelve también
la comida
en la carretera negra
de poniente.

Me aprendí tu cuerpo
desde
dentro
hacia
fuera.
Metí la mano desde dentro y hacia fuera
pero esto es solo un decir,
por supuesto,
porque las manos no van
ahí.
Todo mundo sabe
que las manos
no no
no van ahí.
Las manos van
en el petróleo del día
que sopla astros
como quien sacude
el mantel de la
mesa.
Bota migas
esperando botar civilizaciones.

Adentro de tu vientre
se rompe el arcoiris
que sólo tiene dos colores;
más nos vale el
fuego negro
que las terribles implicancias
de los grises calores.

Desollar con un dedo
el estómago, la panza
y empujar enseguida
un martillo al cerebro,
desde la panza y
hacia arriba mucho
más abajo
desde el fondo
hasta la luz
y esperar
ahí dentro
a que pases
por mi puerta
como la caricatura
de una tormenta.

Se desliza
la ausencia
como la mordedura
fantasma
que brota en hocicos
en mitad del cuerpo.

El veneno gasifica
el balance de los días.

Y me clava en maderas
que te matan
hasta parir.

Pánico.

No te calles
no cierres la boca
déjalo ser
y entra también
en la sangre, en los ojos.
La voluntad de
caerte
como el toro de
treinta pisos
que tropieza con la
gente
y extiende sus
manos para
arrancarte un trozo
de orgasmo de la cara.

Tú no sabes cantar
y te vas caminando
pisando
quebrando hojas al salir.
Celestes.

La penetración que se hunde
arena en tiempo
dolor
y
caída
cerrar los puños de los ojos
y dejar escapar
la oscuridad fría de la boca.

Yo quería decirte
que te extraño tanto
y me caía mucho
hacia arriba
sin ti.
Que no entendía
la elasticidad
en la hierba
ni aquellas realidades
donde solo estaba
la sombra del pasto
y un cielo
ametrallado de
espigas.
Que no me iba a levantar
de las escaleras
hasta girar los tiempos
y abrirte la mandíbula
apenas un poco más de
lo debido.

Refulge
tu serpiente

enroscándose
en la garganta
tu alegría.

Todas las palabras son esdrújulas.
Todo lo que toco lo convierto en tormenta.

Carros de fuego



XVI: EL Guerrero vence.

Está dicho. Si combates en armonía con el Universo, no puedes sino vencer. Si combates porque es la única manera de recuperar el equilibrio perdido, no puedes sino vencer. Si combates porque has agotado todas las otras alternativas, no puedes sino vencer.

¿Pero qué significa vencer? Ganar la batalla con sólo hacer sentir a tu adversario el poder del que eres continente, el poderío del Universo. Hacer comprender a tu oponente que no tiene caso el derramar sangre sobre esta bella Tierra. Es hacer de tu enemigo un amigo. Es contribuir a la paz en el mundo. Es cumplir con la voluntad de Altísimo. Es vivir.

viernes, 22 de noviembre de 2013

Polvo

   I

   A veces mi mamá me descubría solo en la pieza, perdido en la ventana, tratando de absorber toda la tarde que entraba. Pero la tarde no entraba, se desparramaba como si estuviese arrancando de algo y como si no tuviese más sitio al que huir que esa ventana en mi pieza, en la mitad del verano. Me preguntaba por todas las cosas del mundo, navegaba todas esas mareas de polvo y sol que constituían reinos aparte, con racimos urbanos que hablaban en murmullos tan sonoros. Había una canción para esos días, una canción que iba, que no venía, que iba al encuentro de los seres y los moldeaba ahí, en la contemplación, en la paz de sentarse en un trono de madera cuando se debía estar actuando. La tarde era más persona que yo.  Sus tentáculos dorados, sagrados, bailaban hacia mi con la lentitud de la certeza. Todo el mundo giraba noventa grados y crecía, desde la ventana, la tarde en árbol y ramas tostadas. Diluido en los vapores de la contemplación, dejaba que el sol me entrara en la piel y la carne y me sentía despertar, saltar de un dormir inexacto a un éxtasis ridículamente lento que me llenaba todo. Como si hicieran conmigo. La dulce anulación del tiempo. Todo es correcto cuando no hay tiempo para que nada sea correcto. Todo es exacto cuando no hay calibres que amarren a la tierra. Y en ese polvo que viajaba por el sol que se colaba en la ventana yo era y dejaba de ser y estaba completo también. Era en cuanto miraba. Todo el mundo miraba. Toda la consciencia desaparecía. Yo no estaba siendo, yo era, como quien dice que fue y será. Eran, quizás, los únicos momentos reales de la existencia. A través de la luz se precipita uno a los abismos que superaron la moral, como quien dibuja una ventana blanca buscando caer hacia sus cimas más hondas.

   Entonces entraba mi mamá y me decía con tanto cariño que quizás ahora yo no lo podría aguantar: "¡Qué está pensando, mi niño!". Los lobos necesitan manadas pero se arrojan al mundo solos. Tal es su estrella.

II

   Soñé con enormes bestias marinas que flotaban sobre la ciudad. Cielos en sepia a intervalos eléctricos, millones de granos de maíz siguiendo las corrientes en las alturas, la precipitación eterna que nunca encuentra caída. El imperio del volumen cuando se vuelca contra tu cama. Ciudades sobre nosotros. Monstruos marinos gigantes del tamaño de ciudades sobre nuestro pueblo. Amarillo.