sábado, 22 de marzo de 2008

La Elanor del luto.


Te miré tantas veces bajo tan distintos cielos en aquellos días pasados que los árboles de piedra llegaron a afirmar que todas mis miradas no fueron más que una sola, larga e indestructible oración a la belleza que galopara más allá de la mortalidad, más allá de las luces, más allá de cualquier recuerdo.

Siempre fue nuestro secreto. Aquella lejana tarde que sin serlo era Abril, entre las hojas más vivas de la existencia y las flores más alegres de la madre de una primavera ausente, la magia se apoderó de mi voz y elevó cantos de gran voluntad creadora, cantos que tejieron con hilos oníricos la visión más deslumbrante que ser alguno podría soportar antes de perder la cordura o dejar escapar la vida en un último suspiro satisfecho. Solo nosotros conocemos la autenticidad del mágico canto que esa vez inundó nuestros corazones. Solo nosotros sabemos que cada palabra cantada era superada por tus actos sublimes, por tu caminar sobre aquél césped que jamás gozaría de nuevo de tan sacros pies, por tu mirada curiosa como un gato que no sabe a lo que se enfrenta, por la luz de tu alma sin mácula. Siempre fue nuestro secreto. Más de alguno sabrá las palabras que nos dijimos aquel día de soles majestuosos, mas nadie conoce lo que nuestros ojos hablaron en el refugio del silencio, nadie puede aventurar siquiera lo que nos dijimos mientras viajábamos a las estancias ruinosas de una extraña ciudad que nuestro fervor nos construyó. Nadie conoce de los mundos que dimos a luz cuando desde nuestra distancia tocamos nuestras manos. Y es que ¿Qué señor de artes no inventadas pudo elaborar tales óleos celestiales como para llenar de los tonos de la delicia tus manos tibias? ¿Qué antiguo dios en sus siestas de mediodía soñó tal perfección que enloquecido por jamás volver a verla abrió su cabeza para arrancar su corazón y así dar a luz la idea perfecta de tu concepción? Oh Arwen, delirio de pétalos dorados, ¿Qué niñas de edades congeladas jugaron a idear la primavera inmortal de tus labios altivos? Y cuántos días fueron éstos el destino final de todas mis plegarias, de todos los silbidos que mi espada dio. Cuántos días fueron ellos el final de la historia, el último peldaño en el universo de lo que es, el último regazo del errante eterno. Y ya que la hora se acerca, dime divina doncella, ¿Qué melodías artesanas se sentaron junto al gran fuego de la primera velada para construir los relucientes jinetes turquesa que cabalgan por tus ojos en la noche del verano? Revélame la identidad de las ancianas que recogieron las esencias de las nubes estelares que crecen en el campo y que fabricaron con éstas tus iris de universos azules. La nieve crepuscular de tu cuerpo. La colina sagrada de tu voz. La caricia siempre presente de mi mano en tus oídos. ¡Oh, ya que el llanto ahoga las respuestas de mi amada, díganme ustedes, testigos del infinito, qué joven divinidad aprendió de letras, pinturas y músicas y dejando caer su cabeza sobre el taller derramó los aceites de la creación de Arwen! ¿Por qué murió luego de crearte? Porque la exaltación es la cegadora de sus hacedores y allá donde el ave canta para bañar al mundo, allá brotarán los restos de tus padres.

Es la hora. A llegado la incisión en la línea sin fin en la que debo honrar a la piedra. Mi último lecho no me sostiene, yo lo sostengo a él. Mi última mirada no te busca, porque siempre has vivido en ella. Sean estas cúpulas y grises pilares los sostenedores finales del gran cuadro que formamos. Y estas nubes de una tormenta que nunca llegará sean las hijas orgullosas que nuestros rocíos amamantaron en el alba del rayo. Las sombras de nuestro dolor nos reemplazarán en los jardines que fueron bendecidos por nuestro amor. Un lamento afilado volará por los reinos de la curva. Un llanto demasiado lento tocará los pies. Las hojas del otoño serán mecidas sobre la roca tallada cada vez que alguien sienta las reminiscencias de lo que fuimos. Sus colores de un calor no valorado navegarán al caer sobre brisas marineras. Costas sólo imaginadas recibirán los suspiros que nos damos en este momento de compromisos. Demasiadas veces me llamaste Esperanza, demasiadas en verdad como para no verla ahora en la electricidad que carga el aire. Mas hoy, en el día de nuestra muerte, hemos de declamar por última vez nuestro amor soberano, nuestra unión indivisible, nuestra mirada inconquistable. Hoy, día en el que desaparecemos como las luciérnagas, hemos de cerrar los ojos para siempre y regocijarnos por una última y eterna vez de la victoria que en verdad somos. Y hemos, en la barca de nuestra despedida, celebrar el hecho de que nunca más en la línea sin principio ni fin, se verá amor tan sobrenatural como el nuestro, de tal amor que quebraría el mundo en muchas partes, pues no está permitido ni aun para las diosas-madres elevar la cima que edificamos con nuestro milagro sobre los abismos del resto de la negra existencia.

Arwen, acompáñame en esta costa nocturna, en esta travesía sobre mares de tiempo y deja muy atrás la divina flor que tu última lágrima derramó por mí.