sábado, 30 de enero de 2010

Violetas estelares.

Bajaré desde tu frente, estandarte de civilizaciones lunares. Bajaré desde tus ríos, noches ahumadas del vacío. Bajaré también desde tus escalas rencorosas. Y caminaré también por los pueblos ardientes que no supiste domar.
Y bajaré para decirte que ya no puedes dibujar caminos mientras te recuestas en la yerba. Que ya no puedes arrojar acueductos a las águilas rojas. Ni acariciar el compás de tus metales lacrimógenos.

Y cuando la luna parta en trino te anunciaré, sumido en la cima de una montaña arbórea ¡nocturna!, que los príncipes geométricos se han unido en tu contra. Que las arquitecturas reales navegan contra tus costas. Que todo el arte de los diseños y las construcciones marcha contra las puertas ocultas de tu nombre que encierran la afrenta ardiente que provoca tales guerras. Porque has osado curvar las rectas y expandir los puntos. Te has atrevido a aturdir a las ciencias para doblegar sus leyes y seducir al arte para vencerlo en belleza.

Eres una afrenta a nuestros dioses, literaturas añejas de satines corrugados. Eres la aguja de hielo que destruye sus uñas sangrantes. Eres costurera de reyes existenciales. Eres el hilo que teje la vida. Y un reptil sagrado que devora las muertes.

Y así he de anunciarte el veredicto de nuestros jueces lineales. Un camino se construirá sobre tu cabeza, un valle te ahogará el cuerpo. Y tu mirada, nodriza de nostalgias almendradas, cavará tus tumbas iridiscentes. Porque todas tus líneas han de volver a su curso y todos tus vértices han de ser sofocados. Has estrujado nuestras más antiguas creaciones y hecho una trenza con el camino del tiempo. Has reventado tus muñecas de sangres universales y ahora has de borrar todo el dibujo de tu milagro gráfico, sonoro, espiritual...

Pero no saben los jueces de mi mundo, que Simona estalla en un orgasmo violeta, en un imperio púrpura que inunda la realidad con luces líquidas. Las violetas estelares que caen en tres vidas sobre tus hombros desnudos se ríen caprichosas, seguras de sus victorias. Saben del árbol de tu alma, matriarca de los universos y los placeres, que los expulsa de cuando en cuando para dar un paseo en las estaciones del otoño. Las nebulosas del estío coronarán sus cantares laudatorios mientras yo deje caer mi rostro esculpido sobre tus meditaciones oculares. Y tú reirás por muchos tiempos mientras intercambias los colores de la realidad.

Un lagarto dorado anidará en tu mano abierta. Sus ojos marinos me susurrarán tus secretos. Los estertores de tu historia me darán la razón.