jueves, 17 de septiembre de 2009

Las verdaderas aventuras de Liniers.







De acá Liniers. Simplemente genial.

sábado, 5 de septiembre de 2009

La Ciudad y la Noche

En la ciudad de los dioses muertos caminé descalzo por la noche. Por la noche, serpiente de edades escamosas. Y caminé por los negros caminos entre aquellos edificios poco habitados, entre las esquinas de gente triste que jugaba a la lujuria, entre los callejones y sus rojos ladrillos que ocultaban a las flores imperiales. En el centro, refugio de fantasmas coloniales y crímenes futuristas, los carteles del tránsito me indicaban "Tu crimen fue tener un corazón". Y yo seguí caminando pero no pude evitar recordar las sensaciones de una vida pasada, donde era un demonio de ropas nocturnas y pálido cuerpo que en lugar de corazón tenía una cloaca, a ratos luminosa, capital de ratas y culebras. Era feliz entonces, no tenía nada que sentir. Pero la ciudad es eterna y la noche con sus mantos y amoríos la cubre de nostalgias y licores. Y hay que seguir caminando. En la intersección de Recuerda el Dolor y Recuerda el Amanecer me detuve a contemplar las memorias del concreto. Es de mañana en algún lado y llueve pero la lluvia ya no me canta sus alegrías. Me sacó del letargo la cabalgata de un jinete fantasma de una Edad mediana, de armaduras repetidas y recocidas en la hierba. En su estandarte llevaba la consigna de los roedores del nuncio: "La vida sería perfecta si el alba jamás avanzara". Pero el jinete se perdió en la noche y con él toda secuela del oriente.
Cuando noté que las luces de la calle eran de óleo seguí caminando. Y caminé por las flores del inframundo que se construían en la ciudad con la forma de bares y otros males. Y caminé entre los pobres y entre los perros y ahí una vieja recién nacida y ungida con el polvo de un dios cojo me dijo "Sí, mi rata de auroras boreales" mientras se reía tan lentamente que en ello se le fue la vida. Yo no le entendí así que seguí caminando. Algunos autos y algún ruido de diversiones vacías. Alguna fractura y alguna garganta desgarrada. Caminé hasta un callejón olvidado de tu mano. Caminé con pocas ideas y los bolsillos húmedos. Caminé hasta que mis pies pisaron algo y conocieron por fin el frío. Al principio no lo reconocí, así que me agaché a verlo. Sí, era él y ahí estaba, tirado y humillado y frío como el relámpago en el ojo ártico. Sonreí entonces, sonreí como no lo hacía desde que olvidaste hablar. Y lo pisé, lo pisé con mis pies quebrados y lo aplasté, lo aplasté como a los corderos en los jueves. Y cuando noté que su sangre trataba de seducir a mis uñas subiendo entre mis dedos y acariciando mis tobillos, lo pisé más fuerte y lo aplasté más rápido. De haber testigos se hubiese dicho que aquello era una danza infernal de maldades cósmicas pero eso no podría estar más alejado de la verdad. Mi danza era un himno a la alegría de los que amaron. Mi baile era una feliz victoria sin alegría. Cuando el fuego y la vida se apagan, solo queda el frío. Y cuando el frío se deshace de sus luces solo queda el vacío. Y cuando el vacío se suicida... sólo queda lo que ya no queda.
Así que seguí saltando y pisando y aplastando y destruyendo a mi corazón helado y mal parido y seguí bailando entre las estelas de la sangre en las selvas del susurro, entre los dolores regurgitados de la ciudad y la noche. Entre el secreto altivo de tus ojos orgásmicos.