Los cinco navegantes de mi mano derecha se aprestan y corren nerviosos en sus puestos tan mundanos. Mi barca, mi diestra barca de lino, enfila sus ojos hacia los mares de seda que se revuelven en tu espalda de óleo. Tu espalda es un atardecer, una isla crepuscular que devora los cuentos de piratas añejos. Mis marinos la añoran. Mis marinos la buscan, pero por cada mar que se acercan a ella, tres océanos la alejas tú con solo cerrar una mirada. Y los navegantes, con la paciencia de un dios repudiado, se cuentan historias mientras navegan y se cantan canciones mientras la corona blanca les susurra secretos en una noche hecha con las alas de un zorzal de luto. Y se cantan canciones mientras la corona blanca les susurra secretos en una noche hecha con las alas de un zorzal de luto...
Simona de los lirios rojos
y las espaldas infinitas.
De los surcos aún no profundos
y de todas las hojas que citas.
Simona de la tibieza invicta
y los arcos pluviosos.
De los pilares que nunca callas
y de los soles victoriosos.
Simona de la tarde en vela
y las palabras horizontales.
De los iris que guardan luto
y de aquellos gemidos fundamentales.
Simona de la catedral en flor
y del fuego que se eleva.
De cada planta en cada luna
y de cada barco que me lleva.
Simona de la inexistencia profunda
y la palabra cortada.
De la lejanía sin caminos
y de cada esperanza ahogada.